La conjunción de un chaparrón moderadamente intenso y la proverbial imprevisión de la empresa de energía eléctrica ha conseguido, esta noche, el prodigio con el que soñaron durante siglos científicos perturbados y escritores del género fantástico: el viaje en el tiempo. En efecto, mientras encendía una vela “Ranchera” y caía en la cuenta de que las lámparas de bajo consumo, el televisor, el equipo de audio, el microondas, ¡la computadora! se habían convertido en objetos grotescos e inservibles, llegué a la conclusión de que había retrocedido 200 años, y que –haciendo una asociación un tanto extravagante- en cierta medida estaba en igualdad de condiciones con aquellos criollos que soñaron con la construcción de una patria libre y justa (para que las futuras generaciones –hasta nuestros días- pudiéramos destruirla metódicamente).
Pero no quiero dispersarme en odiosas cuestiones políticas; vuelvo a la comodidad de la anécdota. Decidido a no dejarme paralizar por el desconcierto ni doblegar por el tedio, me dirigí con paso vacilante –guiado, quién sabe, por cierto instinto atávico- hacia una pieza de mobiliario arrumbada en un rincón, que hoy lucía más oscuro que nunca. En la penumbra alcancé a distinguir, abandonada en ese mueble sin ningún orden apreciable, una singular colección de objetos de tamaño y color variados, pero coincidentes en su forma de prisma rectangular. Tomé uno escogido al azar –eso creí, al menos-, y lo acerqué a la mortecina luz de la vela para examinarlo mejor.
Debo reconocer que, a esa altura, mi curiosidad había alcanzado un nivel considerable. Manipulando el objeto en cuestión descubrí que no estaba constituido de una sola pieza, sino que contaba con una suerte de mecanismo que permitía “abrirlo” –como se abre una laptop, para que me entiendan-, quedando así expuestas cientos de delgadas láminas flexibles, de un material rústico y amarillento, sobre las cuales se encontraban grabadas una serie de palabras en contrastante color negro. “Este primitivo artefacto” –conjeturé-, “debe ser el precursor de nuestros modernos blogs, foros de internet, diarios online, e-books, y documentos de Word o Acrobat Reader que disfrutamos diariamente en la pantalla de nuestras computadoras personales”. No pude pasar por alto, no obstante, que a diferencia de aquellas confiables pantallas -prácticamente retroiluminadas-, estas láminas escritas eran opacas, por lo que requerían de una fuente de luz externa para poder visualizar el texto. Con esa idea en mente, acerqué aún más la reliquia a la llama –con cierta precaución: el material de las láminas parecía inflamable-, y emprendí la lectura de un fragmento cualquiera: “La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, (…) noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita”. En este punto interrumpí la lectura, con una mezcla de perplejidad y desagrado. “Esto no guarda ninguna semejanza” –pensé- “con el estilo lacónico, estrictamente descriptivo y gratamente intrascendente al que nos tienen acostumbrados nuestras pantallas de PC. No, estas pocas palabras me han generado una inquietud, un desasosiego, a los que ningún blog me ha sometido jamás; puedo imaginarme porqué” –reflexioné finalmente con cierto cinismo- “estas proto-palms habrán caído en desuso”.
Cerré aquel engendro -algo bruscamente- y lo volví a su lugar.
Mientras cavilaba sobre los acontecimientos recientes, sucedió lo impensable: volvió la luz. Sentí como un vértigo: podría al fin reintegrarme a la civilización. Apagué la vela, esperé un minuto –por temor a la fatal y nada improbable “sobrecarga”-, y prendí ansioso mi computadora. Secretamente agradecido a la tecnología moderna, que nos permite ser felices sin tener que movernos ni manipular objetos, comencé a tipear raudo la crónica de esta módica aventura, antes de que fuera arrasada de mi frágil memoria por las noticias del día, que ya acechan desde la pestaña del diario online.
8 comentarios:
Ah, es reconfortante ver que alguien todavía recuerda el triste final de Beatriz Viterbo. La noticia corrió de boca en boca aquella noche, y en su homenaje llovió en Chapadmalal.
Saludos cordiales.
“Help a él”, qué cerca estuvo de toparse con un Aleph inefable.
Le diría que no ande removiendo polvo, pero caigo en la cuenta de que su resurrección bloguística implica un poco de necesaria remoción y me callo el dedo (que no es lo mismo que un callo en el dedo).
Saludos, y me alegro de que haya habido un 29 de febrero para tenerlo nuevamente on-blog.
Aprovecho para pedir disculpas por la rusticidad del post: es que fue espontáneo (esta disculpa no es tan penosa como parece; en general ni siquiera tengo excusas.)
Prof. Glissendorf:
Bienvenido. Yo -como B., como ud.- nunca olvido a Beatriz Viterbo, más que nada porque la fecha de su cumpleaños es significativa para mí.
Saludos!
Carpe:
Eso, somebody help me. Ojo, el próximo 29 de febrero vuelvo a publicar algo, si Dios quiere. Saludos, a remover el polvo que se acaba el mundo!
Ah primitivos artefactos !!, como el Fafner de Cortazar usado en su viaje de Paris a Marsella en los Autonautas de la Cosmopista.
y recordaba recien hace algunos años uno de mis hijos vino corriendo asustado que el televisor se habia arruinado...y lo que sucedia es que estaba viendo a los Tres Chiflados y como en lugar de color veia en blanco y negro, creia que se habia roto algo...
Ah, bueno.
Minombresabeahierba:
Bienvenido. Casi lo único que miro en la tele es lo que está en blanco y negro. Claro, para los chicos al cartoon no hay con qué darle, y bien que hacen. Saludos, gracias por la visita.
Monte:
¡Oh!
(...qué me habrá querido decir?)
¿El temporal del viernes lo llevo nuevamente a los viejos artefactos?
Hermosa y sagaz la descripcion de los e-books (escritos - books), un saludo herbáceo. ¿Se hizo la luz?
No, por suerte el tornado no pasó por acá, y pude seguir "conectado". Saludos!
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