
Cierta vez, el perro mordió al amo; lo hizo sin maldad -¿puede acaso un perro tener maldad?-, pero el amo no lo entendió así, y desde entonces su trato hacia él no es el mismo; existe un velado desprecio, un sutil maltrato, y a veces una franca violencia. El perro no alcanza a comprender la justicia de esta situación -¿puede un perro entender de justicia?-, y se siente, en ocasiones, herido y humillado. Pero el perro es también un lobo, y algún día su fidelidad cederá ante un impulso más poderoso, y sus garras desencadenarán lo inevitable. Claro que eso significará su fin, pero él no puede saberlo.
Y de saberlo, no podría -no querría- evitarlo.
4 comentarios:
señor k.,
Aia.
No podré volver a patear al pit bull cuando se suba a mi cama mientras duermo.
Tendré que conformarme con 1/4 de plaza.
Betty: gracias por estrenarme el blog (casi ni me dolió).
No me mienta, usted debe tener un perro más manso que un pit bull... Igual, éste no es un perro real (O sea que no se puede patear, tampoco)
Felizestreno!
Un pitbull, de verdad. Felipe.
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