Sin título

Ponéte a pensarlo dos segundos, y te vas a dar cuenta qué absurdo es que te ponga triste esta situación, ahora. Porque esta situación es la misma desde el día en que no hiciste nada -pero nada; no me digas que no pudiste, es lo mismo- para impedir que se abriera esa grieta, que se fué convirtiendo en el abismo en el que estás cayendo. Y lo que vas a buscar, esa caricia displicente que suplicás como un perro abandonado, esas migajas de afecto por las cuales te arrastrás, no son más que una limosna miserable; más te valdría no recibir nada.

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Ahí estás; hoy, como no sucedía este último tiempo, las migajas de siempre tuvieron gusto a poco. No te derrumbaste como pareciera que te gusta -porque de alguna manera es un lugar confortable si te acostumbrás-, no te sentiste indigno de más; tu complacencia tuvo algo de impostado.
Algo parece agitarse ahí, por fin.

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Después, otra vez lo mismo. La angustia y la copa de vino y las ganas de escapar (y las lágrimas).