Un tópico de la producción cultural -en el sentido muy amplio del término- ha sido, desde que tengo uso de razón, el intento de definir, demostrar la existencia real, y en caso afirmativo, explicar las causas, la naturaleza, la importancia y hasta la duración de lo que vulgarmente se conoce como FELICIDAD. Los resultados -descartados los análisis "serios" que, imagino, han abordado el tema desde el punto de vista filosófico, psicológico o religioso, y cuyo contenido he decidido ignorar aquí, más que nada por mi rotundo desconocimiento al respecto- no me parecen muy alentadores. Van desde el previsible aforismo de la tarjeta de felicitación a la publicidad de galletitas (a la que ni me molestaré en calificar), pasando por los libros de autoayuda y cierto hit de Palito Ortega. En general, permiten responder a todas aquellas cuestiones con una combinación de "sí", "las pequeñas cosas", y "son momentos".Pero yo no quería hablar de eso, sino de algo relacionado.
Muy de vez en cuando, me agarran unos ataques -no puedo describirlo de una manera más adecuada que ésa- de una especie de optimismo irracional, completamente injustificado, que no reconoce ninguna relación causal con evento alguno -real o imaginario- que yo pueda identificar. Lo atribuyo, por lo tanto, a un desequilibrio en la producción de algún compuesto neurotransmisor clave (o algo así, qué se yo; olvidé mencionar entre mis omisiones de documentación el aspecto fisiológico). Esta disfunción, desgraciadamente, parece ser corregida rápidamente por mi organismo, porque en cuestión de minutos vuelvo a mi estado previo, es decir, a un determinado “nivel de felicidad”, variable, pero en todo caso fuertemente dependiente de las circunstancias. (Por si hace falta aclararlo, estos episodios NO se deben al consumo de sustancias de ningún tipo).
La Naturaleza, conforme a esta curiosa organización en la que nos toca ser poco más que autómatas manejados por nuestros genes, no permitiría que predomine en sus animales más delicados una configuración mental que redundaría en un comportamiento impredecible, caótico, maravilloso.
La Naturaleza, conforme a esta curiosa organización en la que nos toca ser poco más que autómatas manejados por nuestros genes, no permitiría que predomine en sus animales más delicados una configuración mental que redundaría en un comportamiento impredecible, caótico, maravilloso.
6 comentarios:
Aproveche esos ataques, please! No hay nada más lindo que la euforia.
Sí, es extraordinario el estado de euforia. El problema es cuando se termina, no? Yo quiero la droga que te hace sentir feliz y que no tiene ningún efecto perjudicial sobre la salud. (Existe?)
Lo dijo largo pero me hizo sonreir. Concuerdo con magic, aproveche la euforia cuando viene sola, todavía no hubo mentes preclaras que descubran una fórmula capaz de ser embotellada.
Saludos.
Su blog me encantó, me encantó, me encantó. Lo voy a linkear.
Ta luego.
Ale(x): bienvenida de nuevo. Gracias por el link, y me alegra que le agraden las pavadas que escribo. Un saludo
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