Solo en los bares

Hubo un tiempo en que me gustaba ir de vez en cuando a los bares, menos a disfrutar el dudoso placer de un café que a contemplar el curioso espectáculo de la diversidad humana; también me guiaba -a qué negarlo-, cierto crédito a la superstición popular sobre el carácter bohemio que exudarían sus paredes y sus mesitas cuadradas. Hoy, ya no hay mas bares; o todos los bares son el mismo, que es mucho peor. Una portentosa profusión de caños cromados, redondeces y ángulos de mampostería y madera, y una constelación de luces dicroicas, han reemplazado al piso de baldosas en damero, la cuidadosa falta de decoración y cierta discreta suciedad. Imagino que la modesta evolución de estos establecimientos, a semejanza de lo que se postuló para la Historia, se manifestará en ciclos; luego de cierta tendencia paulatina a la uniformidad, surgirá en alguna parte un loco que inaugure un bar diferente, o que en un rapto de lucidez adivine la aberración de aquella asepsia e inicie una especie de revolución que la purifique por el fuego, o por el pico de la demolición.